Me dirijo a la habitación número X del hospital a ver a mi abuela. Me alegro, en cierta forma, porque sé que esa es la última noche en la que estará allí porque ya le van a dar el alta (de hecho, ya está en su casita con su gato Pericles durmiendo en su pecho).
A metros de su cama, hay otra señora que se encuentra con su hija y ven la televisión. La hija sale unos minutos y justo en ese instante, zás, cadena nacional, Cristina Fernández hablará a la nación. Mi abuela, feliz, usa todas sus energías para prestar atención y escuchar el discurso de esta mujer que tanto admira.
De repente, vuelve la hija de la señora, observa la pantalla y diciendo "Ay, para colmo esta mujerrrrrrrr, qué pelotuda por Diossssss" cambia intempestivamente los canales hasta llegar a esa zona donde la cadena nacional no llega. Obvio, la miro a mi abuela y me aterrorizo. Ella me mira y me dice "Qué bien que habla. ¿Viste que ni lee? Qué oratoria." Yo le pongo cara de por favor no digas nada. Y muy tranquila, me responde: "Yo no voy a dejar de dar mi opinión."
Hasta que me fui, no dejamos de conversar sobre el gobierno, sobre la ridícula oposición, sobre la importancia de informarse, etc., etc.
Y me fui a mi casa pensando en cuánta razón tiene mi abuela.
Y digo BASTA a esa estúpida regla: de política no se habla. Y me acuerdo de todos esos sábados sin plata tomando mate entre amigos y debatiendo toda la noche. Y seguimos siendo amigos, y seguimos discutiendo.
¿Por qué ese miedo? No lo entiendo. Yo hablo y, como mi abuela, voy a seguir diciendo lo que opino y escuchando a quien quiera hablar conmigo...
A metros de su cama, hay otra señora que se encuentra con su hija y ven la televisión. La hija sale unos minutos y justo en ese instante, zás, cadena nacional, Cristina Fernández hablará a la nación. Mi abuela, feliz, usa todas sus energías para prestar atención y escuchar el discurso de esta mujer que tanto admira.
De repente, vuelve la hija de la señora, observa la pantalla y diciendo "Ay, para colmo esta mujerrrrrrrr, qué pelotuda por Diossssss" cambia intempestivamente los canales hasta llegar a esa zona donde la cadena nacional no llega. Obvio, la miro a mi abuela y me aterrorizo. Ella me mira y me dice "Qué bien que habla. ¿Viste que ni lee? Qué oratoria." Yo le pongo cara de por favor no digas nada. Y muy tranquila, me responde: "Yo no voy a dejar de dar mi opinión."
Hasta que me fui, no dejamos de conversar sobre el gobierno, sobre la ridícula oposición, sobre la importancia de informarse, etc., etc.
Y me fui a mi casa pensando en cuánta razón tiene mi abuela.
Y digo BASTA a esa estúpida regla: de política no se habla. Y me acuerdo de todos esos sábados sin plata tomando mate entre amigos y debatiendo toda la noche. Y seguimos siendo amigos, y seguimos discutiendo.
¿Por qué ese miedo? No lo entiendo. Yo hablo y, como mi abuela, voy a seguir diciendo lo que opino y escuchando a quien quiera hablar conmigo...
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